Pablo Orleans -23/10/2013- Mientras termino un apasionante libro que me ha atrapado como hacía tiempo que no lo hacía ningún otro. Mientras repaso esas líneas, esas páginas, una a una, con afán de llegar al final, muchos de esos párrafos me incitan a pensar en diferentes cosas de la vida cotidiana. Poco más de 500 páginas de lo que para mí está siendo una droga que te hace reflexionar acerca de temas tan jodidamente habituales que, por un momento, parece que no exista otra cosa que esos papeles unidos y bien trenzados por palabras. Una detrás de otra, creando el misterio y dando la información justa para querer acariciar el final lo más rápido posible y devorar con esmero cada una de sus páginas.
Pues bien, aparte del tema del dichoso libro que me está quitando tiempo libre (una apreciación un tanto insólita, ya que, en realidad, estoy aprovechando el tiempo libre... ¿o no? No lo sé), me ha venido a la cabeza una duda que, lejos de ser interesante, me ha hecho esbozar una sonrisa, algo que nunca debemos perder, la sonrisa. Una duda que el comentado libro expone en apenas un párrafo, en dos o tres líneas que me han hecho darle vueltas a la perola, un poco. La verdad es que nunca he estado en un sitio de esos y nunca he provisto nada a este tipo de negocios, aunque supongo que muchos iguales sí que lo habrán hecho y me podrán decir si, en cuanto a la descripción que hay en mi cabeza, me encuentro en lo cierto o no.
Me refiero, -sé que la intriga te está encogiendo el estómago- a esos establecimientos en los que un hombre acude para desahogarse, que le paguen y dar posibilidades a que una nueva vida aflore en este estupendo mundo de crisis, recesión, guerras y avaricia. Sí, me refiero a una de esas clínicas en las que se guarda semen para que mujeres y/o parejas con problemas de fertilidad puedan tener un pequeño bebé.
Pero mi duda va más allá de cuánto te pagan por donar (de momento no tengo intención de ir a donar mi semen, además de que sé que la cantidad a recibir puede oscilar entre los 1000 y 1200 euros, dependiendo de la clínica). Mi duda está en el habitáculo preparado para el desahogo del varón -de entre 18 y 35 años (a veces hasta 50 son admitidos, dependiendo de la clínica)-. Me imagino una cabina, con revistas para adultos, con un sinfín de películas incógnita de títulos ingeniosos y grandes diálogos, una televisión y un DVD. O quizá te den un USB con los últimos títulos de cartelera. No sé. Pero, aparte de tener que masturbarte en el mismo lugar que lo han hecho cientos de personas antes que tú (supongo que la higiene será exquisita), aparte de saber que ahí afuera hay gente que sabe que tú estás ahí dentro, tocando la zambomba (por un buen motivo, sí), aparte de todo, mi duda es quién es el tipo, o la tipa, que elige las películas que deben ofrecerse (o incluirse en el USB de "estrenos de cartelera"...).
Quién será el encargado de visionar, elegir, descartar y reponer los filmes de género incógnita de títulos ingeniosos y grandes diálogos para que el donante quede satisfecho. Una tarea ardua y de responsabilidad que puede llevar al traste la donación porque el susodicho no se entone. Un trabajo de compromiso con el donante, que podría aparecer del habitáculo con la bragueta desabrochada pidiendo airadamente la hoja de reclamaciones porque las películas no son de su agrado. Váyanse ustedes a saber. En fin, que simplemente ha sido una duda que ha venido a mi cabeza esta mañana mientras echaba la meada matutina y tenía que compartirla con vosotros. Así que, si queréis resolverme la duda (y, como yo, no lo habéis probado) no seáis tímidos, haced una buena labor a muchas personas que necesitan de vuestro esperma -y a mí me resolveréis esta duda- y donad semen, joder. Donad vida.
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