Pablo Orleans -13/01/2011- Vivo en Aragón. Una comunidad autónoma española que cuenta con 1.347.095 habitantes, de los cuáles 675.121 viven en su ciudad más importante y capital, llamada Zaragoza. Mi región es grande y abarca un territorio muy amplio de alrededor de 47.719 kilómetros cuadrados, es decir, menos de 30 habitantes por cada cuadrado de un kilómetro por un kilómetro. Esta es la realidad creciente y preocupante de Aragón. Una tierra que, llevada y dirigida por el centralismo extremo, está sufriendo una descompensación tal que muchos de los pueblos que componían la geografía aragonesa están quedando en el recuerdo de tiempos inmemoriales en los que las zonas rurales cobraban gran importancia tanto en la economía como en la salud de esta comunidad. Una comunidad que, poco a poco, está enfermando, muriendo y perdiendo su origen cual ser humano pierde su historia. Pocas son, en la actualidad, las poblaciones que, en zonas rurales, tienen medios para pervivir. Y es eso exactamente por lo que Aragón enferma a pasos agigantados. El propio titán aragonés, mal llamado Zaragoza (dentro de poco le cambiarán el nombre a Zaragón), está consumiendo con cada progreso propio las zonas rurales de nuestra comunidad, de nuestra región y de nuestra historia. Cada aprobación, cada creación de empresa en la capital y cada subvención al gigante aragonés están creando el desconcierto, la incertidumbre y la agonía de innumerables zonas rurales que están aguantando con la soga al cuello, intentando sobrevivir con un hilo de aire y esperanza que cada día es más escaso.
Con sus ideas, con sus aprobaciones, con sus estupideces y con sus normativas de chicha y nabo, los políticos aragoneses están creando un mundo insólito, un cementerio de pueblos y un desierto inhabitable llamado Aragón. Sólo en el centro hay vida, sólo en la vida hay esperanza. Cada gran empresa, cada gran proyecto y cada halo de esperanza acaban terminando en manos y posesión del grande, del siluro prepotente que, con dinero, poder y fuerza bruta, arrasa sobre los pequeños sin razón ni compasión. Con cada gesto que hace y cada batalla que gana, Zaragoza da un paso al frente para asesinar su territorio, para consentir que otros lo exploten y saquen de ahí sus máximos recursos.
Aragón tiene una enfermedad muy grave y probablemente irreversible. La enfermedad del virus Zaragón llamada centralismo está atacando fuertemente a los pueblos que, con escasos recursos, siguen luchando por mantener la vida sana, la convivencia sana y el progreso rural. Es, posiblemente, una batalla perdida de antemano. Es, posiblemente, una causa perdida de antemano.
Pero desde este pequeño reducto de la web, desde mi verdadera ignorancia y desde mi más profundo pensamiento, abogo por fomentar el crecimiento rural con la incentivación estatal de proyectos arriesgados en zonas rurales, de ayudas generales por creación de empleo en pueblos pequeños y por el apoyo de proyectos importantes de empresas potentes en zonas asoladas por la despoblación. El centralismo es un mal endémico que asola, ha asolado y asolará, como no se ponga remedio inmediato, a una región que, si ya tiene fama de pobre, se convertirá en una zona sombría, víctima de su propia orfandad y abandonada a su suerte.
El Pirineo, del que tanto gozan los zaragoneses, quedará en el olvido. Jaca (y toda la franja norte) pertenecerán a Francia y el Prepirineo se repartirá entre Cataluña (por el este) y Navarra (por el oeste). El bajo Aragón, con Teruel incluido, quedará en manos catalanas, valencianas o castellanas. Sólo quedará un reducto aislado. Un oasis de placer, riqueza y orgasmos continuos y prolongados en el centro de lo que un día fue un Reino lustroso e importante de la península ibérica. Después de unos años, sólo quedará Zaragoza y lo demás será un desierto de esqueletos de adobe, de cementerios de ladrillos y de penumbras, nieblas y oscuridad, si los pantanos no lo han cubierto todo de agua y de terrenos anegados del líquido elemento para el disfrute de los ricachones que explotaron la zona durante décadas y la dejaron tirada cuando todo terminó.
Hasta que el último ser rural de Aragón baje los brazos y reprima su ira aceptando un futuro cruel en la ciudad, cuando el más tozudo y persistente aragonés rural acepte su ingrato futuro y se deje llevar por la mayoría y la necesidad y hasta que todo esté perdido y no haya vuelta atrás, siempre quedará un atisbo de esperanza para evitar lo que se convertirá en una catástrofe. Nuestro ‘jefe’ autonómico nos está consumiendo poco a poco sin dejarnos progresar, sin darnos la opción a demostrarlo. La vida rural pende de un hilo, y eso depende de ustedes, líderes(?) políticos.
Acabemos con el centralismo y demos rienda suelta a nuestra naturaleza. Por la historia viva de nuestra tierra. Por las zonas rurales, nada más.
Fuente | wikipedia1 / wikipedia2
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