Pablo Orleans -25/01/2011- La noche había sido dura. Después de haberse despertado varias veces a lo largo de esa fría madrugada de invierno, Gustavo volvía a desvelar su profundo sueño, esta vez, con un sonido lejano que poco a poco fue adquiriendo protagonismo en su cabeza. Sus pensamientos se entremezclaban con ese desquiciante y desconcertante sonido que acabó por despertarle del todo. La realidad, diferente a la de aquel sueño (y ciertamente a la de todos los que había tenido hasta la fecha), se tornaba complicada en ese diciembre eterno en el que las cosas parecían tomar un giro esperado pero realmente incomprensible.
Gustavo levantó su mirada y, entre los huecos de la persiana, veía que el sol -de nuevo- no iba a brillar lustroso en el cielo ese día. Llevaba ya mes y medio sin aparecer y las cosas cada vez se volvían más confusas. En la calle, silencio absoluto. El piar de los pájaros era un mero recuerdo, y los niños ya no jugaban en las calles. La gente, preocupada por el futuro inmediato, por sus familias y por su existencia, se había convertido en una masa inerte que deambulaba por las ciudades y pueblos de España sin rumbo, sin motivación. La vida no era igual que hacía tan sólo unos meses y la preocupación crispaba el ambiente, lo enrarecía. Mientras se cepillaba los dientes, Gustavo pensaba en qué le tocaría hacer hoy, qué tendría que averiguar para conocer el porqué de tanta incógnita sin responder. En la radio, cada vez más alarmantes, los periodistas decían que la fecha del juicio final se acercaba, que 2012, como afirmaron los mayas, iba a ser el final de los tiempos, el final del ser humano.
Los más jóvenes, niños en edad escolar, habían empezado a mostrar síntomas anómalos que ya se advertían desde hacía años en los círculos científicos que nadie atiende. Su rendimiento escolar, su capacidad cognitiva y su atención en el aprendizaje, distaba, cada día más, de los cocientes intelectuales de sus padres o abuelos. Paralelamente, la mitad de las especies habían ido desapareciendo en cuestión de semanas y en 2011 las colonias de animales habían descendido en porcentajes desconocidos e impredecibles. Las lluvias eran cada vez menos frecuentes a pesar de que las tormentas eléctricas habían aumentado considerablemente. Las cosechas estaban empezando a perderse y los alimentos empezaban a escasear en los supermercados. Aún así, muchos de los habitantes de Vealler seguían con sus rutinas como si nada pasase y todo siguiese como antes. Aún con todo, las vendas que llevaban sobre los ojos muy pronto se las iban a destapar los de-de-tés (DDT).
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