Pablo Orleans -09/05/2011- Las increíbles historias del canfranero parecen no tener fin. Tras haber viajado cerca de dos horas de pie, de haber soportado innumerables retrasos de más de una hora y de sufrir continuas averías del tren más obsoleto de la red Renfe, la última de los señores del AVE me deja absolutamente perplejo, más todavía porque sufrí en mis propias carnes la insólita novedad del tren que te acerca al Pirineo aragonés.
Asombrado de mi mismo, las prisas no agobiaban mi último viaje de Zaragoza a Ayerbe, mi pueblo natal. Con bastante tiempo por delante, el bus urbano llegaba con inquietante prontitud a una cita que prometía un maravilloso viaje hacia mi patria dentro de la patria.
Sin prisa pero sin pausa, tras aguantar el agobiante calor del Ci1, me dirigí a la venta de billetes, curiosamente despejada para un viernes de mayo. Cuando me disponía a solicitar mi billete y me felicitaba por un perfecto 'pre'viaje sin contratiempos, comenzaron los problemas.
Un 'chist!' a mis espaldas presagiaba lo peor. Me di la vuelta despacio, casi sin querer, y el primero de una larga, larguísima fila de viajeros y viajantes, me avisó de que había que pasar por ese arduo trámite de espera e incertidumbre. Fue entonces cuando, al tiempo que me colocaba en el último extremo de aquella hilera humana con pereza pero con la cabeza bien alta, la megafonía de la estación Delicias anunciaba la inmediatez de la partida de mi tren. Yo, abrumado, pues creía haber aparecido en la estación con media hora de antelación, comenzaba a sentir ese calorcillo tipico de situaciones comprometidas al que acompaña un agradable cosquilleo en nuca y estómago. La media hora se había convertido en cinco efímeros minutos que me obligaban a dejar la larga cola de ventanilla y unirme a la menos larga cola de máquina expendedora de billetes. Tras colarme -con permiso- de algunos integrantes de la fila, conseguí el ansiado billete a un minuto de que partiera el tren destino Huesca/Canfranc con parada en Ayerbe. Recorrí -como alma que lleva el diablo- la estación zaragozana cargado con mi maletón consiguiendo, por fin, asentarme en el último suspiro en el tren del western. Y es que, como las películas del oeste, el Canfranero se sigue utilizando (con relativo éxito) a pesar de haber sido creado hace 30 años.
Pero eso sólo fue el principio de la aventura, ya que lo realmente increíble vino poco después. Aliviado en mi asiento, y todavía con sobrealiento, me acomodé en mi plaza y me dispuse a contemplar el paisaje de la capital del Ebro. La trayectoria, sensiblemente cambiada, me hizo dudar de la dirección del ferrocarril, pero la estética de la vieja máquina (casi a vapor), aseguraban la ruta correcta. No había lugar para la equivocación, pues el museo andante viaja con seguridad a Canfranc.
Pero como digo, la dirección me desubicó. Tras un rato de viaje equivalente a una sexta parte de la hora (digamos, diez minutos), el acostumbrado paisaje me resultaba extraño y el centro comercial PLAZA IMPERIAL hacia su aparición en el horizonte. Poco después eran los suecos de IKEA los que recibían al canfranero. Finalmente, tras 35 minutos bordeando Zaragoza, cruzábamos (ya) el Ebro dirección norte y dejábamos atrás la capital aragonesa rumbo al Prepirineo.
Y es que no hay nada como que en Zaragoza se estén llevando a cabo obras públicas a diestro y siniestro. Aprovechando el levantamiento de una de las médulas espinales de la ciudad, se aprovechó para crear una estación de cercanías en el centro. Gracias a ello, los viajeros del Pirineo podrán parar en un lugar céntrico, necesario en la capital aragonesa. Mientras tanto tendrán que seguir bordeando la ciudad durante 35 largos minutos a cansina velocidad y sumar más tiempo a un trayecto de por sí pesado y extremadamente largo. Tras el viaje, sin ningún otro contratiempo, un recorrido de 100 kilómetros lo completé en la envidiable y escalofriante temporalidad de dos horas y cuarto, el mismo tiempo que se tarda en viajar con el AVE desde la capital oscense hasta la capital española, Madrid. Un lujo para los tiempos que corren el poder disfrutar de este tren que, poco a poco, acerca a los pueblerinos del Somontano, Prepirineo y Pirineo aragonés hasta sus lugares de origen. Ya podría Renfe renovar su 'tamagochi' y ofrecer un servicio digno para una línea olvidada y que nadie quiere recuperar... ni en época electoral.
Imagen | Pablo Orleans
Cierto. El tiempo que se tarda en desplazarte de Huesca a Madrid, pero también el mismo tiempo que se tarda en ir de Madrid a Sevilla, o el mismo tiempo que se tarda en ir de Barcelona a Zaragoza, o el mismo tiempo que se tarda en Ir de Zaragoza a Madrid, coger un periódico en la estación de Atocha y volver hasta la capital del Ebro... increíble, pero cierto.
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