Pablo Orleans -19/12/2011- Hoy he estado en un entierro. El frío intenso de estos días atraviesa las múltiples capas de gruesa ropa y penetra en los huesos como finas agujas que dan certeras punzadas en pies, manos y partes humanas varias. La Iglesia, medio llena (o medio vacía, según se mire), acogía alrededor de un centenar de personas que acudieron para dar la última despedida a la fallecida. Los asistentes, algunos de ellos casuales por la situación, hacían ascender considerablemente la media de edad, convirtiéndome en el asistente más joven de los presentes.
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Esta es la verdadera situación de la religión católica, un ente aviejado, desfasado y con poco futuro. La posición de la Iglesia en los tiempos que corren no ayuda a que, su más que entredicha postura en muchos aspectos, tenga aceptación entre los sectores del futuro. La falta de sacerdotes y feligreses dejan claro el porvenir de los católicos en España. Estar en contra de aspectos básicos en la sociedad española actual como el uso de anticonceptivos, el aborto o el matrimonio homosexual no ayuda a la más arcaica (no sólo por edad sino por ideología) institución de nuestro país.
Ya nadie se cree las promesas de la vida eterna o del Dios supremo cuando, ese Dios bueno y piadoso del que presume la Iglesia, permite todas las injusticias que ocurren en el mundo. No es creíble que, en un mundo en el que cada uno tiene que sacarse las castañas del fuego y luchar en solitario por sobrevivir, haya alguien, un ente todopoderoso y omnipresente que esté impasible ante todo lo que nos toca vivir. Nadie se lo cree. Bueno sí, unos cuantos que cada vez son menos.
La religión católica debe renovarse o morir. Y aún cuando se renueve... no la salva ni Dios. Que así sea.