Pablo Orleans - 08/03/2010 - A pesar de la dura lucha que están manteniendo los gobiernos por intentar educar a la población con buenas conductas sexuales, los resultados no parecen concienciar, cien por cien, a todos los grupos a los que van dirigidas las campañas. No lo escribo porque hayan ascendido los enfermos de VIH en el último año o porque haya habido más embarazos no deseados que en cursos anteriores, algo que desconozco. Lo digo por un nuevo 'deporte', de mucho riesgo, que -parece ser- está surgiendo en nuestra sociedad y que representa un nuevo peligro para las autoridades sanitarias. Se trata de las orgías homosexuales que, organizadas por la red, reúnen a gays desconocidos para que mantengan relaciones sexuales con un peligroso aliciente: algunos invitados están contagiados por el virus del SIDA. Todos lo saben y todos aceptan las reglas. Un peligroso juego que se puede convertir en una trampa mortal.
No entiendo cómo alguien puede buscar, a propósito, contagiarse por un virus que, aunque en la actualidad está controlado en países desarrollados, sigue siendo una importante y mortal enfermedad en países pobres. No entiendo cómo alguien busca, por amor al arte, el contagio de una de las enfermedades más 'jodidas' del siglo XX. Me parece, por tanto, una ofensa a todos aquellos enfermos de SIDA que, por un descuido o por puro desconocimiento, resultaron contagiadas, muertas y enterradas sin tener la posibilidad de vivir gracias a una medicación que (ahora) impide la evolución del virus. No lo entiendo, ni lo entenderé, que estas personas busquen acercarse a la muerte y jueguen con ella como si se tratase de un hobbie o un juego de azar. Y no me confundan. Respeto enormemente a todo el colectivo homosexual. Me alegro de que en España -y en otros muchos países del mundo- la homosexualidad sea una cuestión cotidiana y no levante recelos ni odios en una población que, hasta hace muy poquito tiempo, no entendía ni respetaba las relaciones entre individuos del mismo sexo. Y aún hay gente que lo sigue sin entender.
Si no, que se lo pregunten a Pedro Varela, propietario de la librería Europa de Barcelona que ha sido condenado a dos años y nueve meses de prisión por difundir ideas genocidas a través de las obras que editaba y vendía en su local. Según publica hoy Público, "son libros en los que se hace responsable de los males del mundo al pueblo judío, donde se dice que las personas de raza negra son inferiores, que la mejor forma de respetar las razas es la segregación, que el mestizaje traerá la desaparición de la civilización, tal y como ocurrió en Roma o en Grecia, que las mujeres no deben tener los mismos derechos que los hombres (...)". Además, añade el periódico que la Juez que lleva el caso afirmó que "no cabe adoctrinar en el racismo, en la discriminación de las minorías, en el antisemitismo o en la difusión del odio a los diferentes (...)", algo que hacen muchos, por no decir todos, de los textos de dicha librería.
Parece ser que el nazismo no se acabó de eliminar de las mentes de algunas personas que, estancadas en un mundo de desigualdad social, intentan llegar a un estado en el que el ecosistema humano sea definido por rasgos tan superficiales como el color de la piel o el lugar de nacimiento. Para este librero de ideas retrógradas sin fundamento, cerebro reducido y poco uso de razón, las reuniones homosexuales, el color de la piel o el sexo de nacimiento -todavía menos, supongo, el de adopción- son completamente rechazables y odiosos. Que empiecen a llenar sus vacíos 'cocos' de buen material, que nutran sus cabezas con buenas intenciones. Que se alejen de limpiezas etnicas inviables y de profecías sobre el futuro de la raza humana. Que utilicen su tiempo en hacer de éste, un mundo mejor. Pero con talento. Porque, a algunos, de esto les falta bastante.
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