Pablo Orleans - 10/03/2010 - La nueva campaña de la Conferencia Episcopal Española contra el aborto para la segunda quincena de marzo (del día 15 al 30 en 37 ciudades españolas) deja al descubierto la farsa de una religión aprovechada que se basa en el perdón de Dios para convencer a sus fieles de, por ejemplo, llenar el cepillo de la Iglesia o marcar la casilla de la Declaración de la Renta en favor de la Iglesia Católica. Nada más y nada menos que unos 5.000 euros de media se dejará la Conferencia Episcopal de Rouco Varela por los 15 días si las vallas contratadas son sólo en la península, cifra que se duplicaría (10.500 euros) si en a la campaña se sumasen los dos archipiélagos nacionales, Baleares y Canarias. Además, este cálculo ha sido realizado si únicamente se pusiese una valla publicitaria en cada ciudad, algo que dudo profundamente. En total, en torno a 150.000 euros para una campaña que, más allá de ir contra el aborto, va contra un Gobierno y un país que lo eligió democráticamente.
El portavoz episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, presenta la campaña contra el aborto.
Así se las gasta la Iglesia. Atreverse a decir que fueron 600.000 las personas que se reunieron en Madrid el pasado domingo cuando en realidad no llegaban a 10.000, según El País. Atreverse a asegurar a indigentes que no tienen nada, que en Roma no hay fortunas vaticanas y que no les pueden dar un refugio donde dormir. Atreverse a pedir dinero a los gobiernos para arreglar Iglesias y Ermitas o pedírselos directamente a sus fieles con el mayor de los descaros. Esta es y así actúa la religión que predomina en este país. Capaz de aprovechar su influencia en gran parte de la población española de edad avanzada, la Iglesia va a intentar por todos los medios que no se haga justicia con la nueva Ley del Aborto. Así son todas las religiones, verdaderas sectas que lo único que buscan es poder y más poder. Organizaciones que se afilian a unas ideas políticas y que siguen mangoneando "en el nombre de Dios" a propios y extraños. Una organización que querría ser la de siglos pasados, pero no lo es, por suerte para todos.
Imagen | El País
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