Pablo Orleans -09/05/2012- España está a punto de vivir uno de sus momentos más críticos desde la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista. Por motivos diferentes, los españoles tenemos por delante una época de recesión y austeridad social y económica. Una época en la que los recortes previstos por el Presidente del Gobierno más respaldado de la historia de nuestra democracia van a suponer un cambio radical en la vida de millones de personas que, con una difícil situación, verán incrementados sus gastos necesarios de sanidad y educación. Pero no sólo nos están oprimiendo desde este estado extralegitimado, sino que nos va a hacer perder unos cuantos años de avance social, pues la recaudación de los recortes no se destinará a otros aspectos que los de salvar entidades financieras, como en el caso Bankia.
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Pero existe una manera de ahorrar sin necesidad de perjudicar al pueblo, beneficiar a personas y avanzar socialmente. Permitamos la eutanasia. Permitamos el derecho de las personas a decidir por sí mismas, a decidir cuándo irse de un mundo que no disfrutan o a quedarse sufriendo. Miles de personas en hospitales que agonizan o que están conectadas a máquinas que viven por ellas. En apartadas habitaciones de hospitales para enfermos terminales se mantienen "con vida" a individuos que nunca volverán. Seres que, quizá, prefieren ser desconectadas de un mundo que hace tiempo no disfrutan y, probablemente, no disfrutarán.
Diagnósticos irreversibles durante años que, cambiando la ley, permitirían el ahorro de las arcas públicas. Porque, aunque suene cruel decirlo, en nuestros hospitales existen miles de personas a las que se les alarga un sufrimiento inútil que tiene un único fin: la muerte. Dejemos que sean los enfermos los que decidan por ellos mismos si quieren seguir luchando a base de sufrimiento e intentar ganar la dura batalla de las enfermedades o, por el contrario, prefieren abandonar una vida de padecimiento continuo e insufrible. Dejemos entonces, que cada uno sea dueño de su propia vida, de su propia muerte. Dejemos que cada uno haga con su vida lo que le plazca y nadie se interponga en sus decisiones. Permitamos la eutanasia, seamos ciudadanos del siglo XXI y, de paso, las arcas públicas pueden verse algo desahogadas.
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