Pablo Orleans -18/01/2013- Según la RAE, la hipocresía se considera como un "fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan". Probablemente hablemos de algo completamente aceptado en nuestra sociedad, algo común entre las relaciones personales del siglo en el que vivimos. Algo reconocido por la sociedad e intrínseco al ser humano que fomenta ficticias relaciones sociales que acaban en culebrón. El gran problema social que acatamos como habitual en un mundo de generalidades ínfimas que terminan por destacar entre problemas reales.
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"Más vale un minuto de vida franca y sincera que cien años de hipocresía". Ángel Ganivet, escritor, ensayista y narrador español, precursor de la generación del 98, apuntó una idea que nos puede venir como anillo al dedo en esta entrada. La hipocresía generalizada de la actual generación de homo sapiens venidos a menos se conjuga con la fallida inteligencia humana de buscar la aceptación social y el logro sentimental, junto al éxito, de algunas partes de un todo llamado sociedad.
Una sociedad que ha perdido toda su esencia debido a la perseverancia de unos y otros por mirar únicamente el bien personal intentando esclavizar el mal ajeno. Descuidando relaciones personales, amistades y sentimientos encontrados en el fondo de un vaso de cristal, como posos agolpados de un café octogenario. Servidos de palabras vacías que muestran un mensaje contradictorio con valores esenciales, la hipocresía ataca a personas vacunadas en mil batallas vitales contagiadas por el morbo o la inexperiencia. Dura hipocresía que te abduce como un ser descarriado sin timón ni timonel por unos mares absurdos que conducen a un océano de mentiras salpicadas de sonrisas y buenas caras. Espaldas insensibles que muestran doble filo con el paso de los años y absurdos momentos de un azar entramado. Hipocresía fértil, pero al fin y al cabo, hipocresía.
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