Pablo Orleans -25/05/2015- Y España habló. Alzaron la voz los sin voz y recuperaron el aliento. Destronar tronos enraizados no es tarea fácil y el pueblo, unido una vez más, combatió la corrupción y el despotismo para, con sus votos, elegir un nuevo camino difícil pero esperanzador. Hablaron las gentes de Madrid, de Barcelona, de Cádiz, Zaragoza, Coruña, Santiago. Hablaron con fuerza en ciudades importantes, dando el poder o un gran apoyo a candidaturas ciudadanas. Candidaturas novatas, noveles. Candidaturas inexpertas en gobernar y también (y más importante) en robar. Candidaturas llenas de esperanza, de fuerza y de valor. Candidaturas que harán de punta de la lanza del cambio.
Y el PP se dio una hostia muy grande. La victoria más pírrica que podían obtener. Perdió las grandes y encallecidas mayorías absolutas de Madrid, Valencia o Castilla La-Mancha y ayuntamientos importantes a lo largo y ancho del territorio. Pero siguió al frente del voto español. Ni que hayan robado a diestro y siniestro. Ni que hayan mentido a propios y extraños. Ni que hayan abusado de poder sin ton ni son. Nada. En esta España de caciques, el déspota todavía resiste. La España profunda todavía confía, con los ojos cerrados, en quienes no han demostrado ser buenos gobernantes. Como hooligans incondicionales, muchos españoles continúan apoyando, pase lo que pase, a una banda de chorizos y mangantes que han vaciado las arcas públicas para llevarse el dinero a Suiza. Pero, lamentablemente, esto no es un juego entre Madrid y Barça, aunque muchos así lo crean.
Todavía hay millones que dan su voto a la corrupción. Y luego que somos el último moco de Europa. No me extraña. Nos lo merecemos.
Y si en algún lugar se ha movido el cambio, ése ha sido en las ciudades. En las grandes ciudades. Y siendo un joven de pueblo me da pena ver cómo en ciudades menos importantes, los de siempre siguen al frente como siempre a pesar de que se la hayan pegado como nunca. Y me da pena porque dice mucho del garrulismo que todavía hoy, en pleno siglo XXI, impera en nuestro medio rural.
Sólo en las grandes ciudades, donde están acostumbrados al aperturismo y al cambio, han sido valientes. Sólo en los grandes ruedos se han librado las batallas épicas. Y mientras, en los rings de medio pelo, el caciquismo sigue imperando, fiel representación de nuestra sociedad estancada en un pasado que nunca se acabó de cerrar. Heridas que todavía sangran.
No pierdo la esperanza. España está demostrando una mayoría de edad suficiente para afrontar el cambio. Quizá todavía debe madurar, pero como el joven estudiante que se traslada, por primera vez en su vida, a otra ciudad lejos del regazo de mamá, a España le queda un camino que ha emprendido hoy después de años de mangoneo. España ha decidido empezar. Y se empieza de a poco. Sin prisa pero sin pausa, como hormigas en época estival recogiendo grano para llegar al duro invierno con los deberes hechos. Así debe llegar España de la mano del cambio que ha elegido. Quizá vaya de la mano izquierda, pero lo importante es que vaya de la mano con los españoles. No con bancos que desahucian y grandes empresas que ahogan. No con políticos corruptos y mentirosos compulsivos. España debe caminar con todos y cada uno de los españoles honrados que, día a día, se levantan para hacer una España mejor y más libre.
Porque somos muy españoles y mucho españoles.
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